¿Nunca os habéis parado a pensar en cómo la generación a la que perteneces puede influir en tu forma de concebir el trabajo y llevar a cabo tus funciones dentro de la empresa?

Por el hecho de trabajar en un centro de negocios, son muchísimas las personas que conozco a diario y que pertenecen a un sinfín de diferentes rangos de edades.

Dentro de una misma sala y asistiendo a la misma reunión, me encuentro ante jóvenes treintañeros tratando temas de suma relevancia con veteranos empresarios de altos cargos. O incluso jefes mucho más jóvenes que la mayoría de sus empleados. Este hecho me ha llevado a pensar en múltiples ocasiones si la edad condiciona tu forma de ver los negocios y de desempeñar un trabajo.

En este post trataremos de analizar si la mezcla entre diferentes generaciones dentro de una misma empresa resulta un inconveniente, al toparnos con estilos de vida y hábitos laborales casi contrarios entre sí, o por el contrario, resulta una increíble oportunidad para unir estas diferencias y crear estilos de trabajo más completos.

Si lo traslado a mi vida personal, mi mente piensa directamente en mi padre. Mi padre nació a mediados de los años 60 en una humilde familia de carpinteros. De joven le encantaba estudiar y descubrir cosas nuevas y su sueño era convertirse algún día en un gran astrónomo y entendido de los principios del universo. También amaba la música por encima de todas las cosas, pero jamás pudo comprarse una guitarra. A los 14 años, tuvo que abandonar los estudios para continuar con el negocio familiar y ayudar a su padre a llevar el taller de muebles de cocina que tenían. A los 25 años, su padre se retiró y él heredó el cargo de jefe del negocio. Y desde entonces, no se ha dedicado a otra cosa que a trabajar cada día. Me llama la atención que él concibe el trabajo como una filosofía de vida sustentada en tres pilares fundamentales: trabajar siempre duro, hacer dinero ahorrando lo máximo posible y ser cauteloso siempre, nunca arriesgar.

No le entran en la cabeza otros conceptos como el crecimiento personal, la satisfacción laboral o la innovación y la ruptura de lo establecido como convencional. Es por ello que chocamos tantísimo a la hora de hablar del trabajo. Él no entiende porqué dejé la pequeña Oficina de Turismo de mi pueblo de la que era encargada, que me daba estabilidad económica y que estaba al lado de mi casa, a 5 minutos andando. Cuando le dije que me iba a Madrid porque quería seguir creciendo en mi carrera y realizarme profesionalmente como organizadora de eventos se quedó desubicado. “Nunca encontrarás nada más cómodo y económicamente satisfactorio en la vida hija”, a lo que yo le respondía: “Papá, es que mi prioridad no es la comodidad y el dinero, yo quiero crecer, quiero ver mundo, quiero llegar muy alto”. Su cara reflejaba el más puro desconcierto. “Madre mía, estas nuevas generaciones, cuántos pajaritos tenéis en la cabeza. Así nunca vais a poder tener dinero y mira que encima os encanta vivir a lo grande”. Cuando finalmente me fui a Madrid, incluso pensaba que estaba haciendo algo malo. Pero está claro que somos hijos de la época en la que nos ha tocado vivir y la forma en la que concebimos un mismo concepto depende muchísimo de ello.

Tres años después, me encuentro trabajando en nuestro Centro de Negocios y puedo afirmar, que la lucha constante por conseguir mi crecimiento profesional y personal ha merecido la pena con creces. Y mi padre lo sabe.

Bueno, pues esta misma historia que os acabo de contar a vosotros, lo comenté el otro día con mis compis del Workspace. La conversación acabó derivando en los diferentes nombres que se han creado como etiquetas de la generación a la que perteneces y que tiene unas características muy definidas que condicionan nuestros comportamientos.

Dilema existencial de pertenencia generacional.

Yo siempre me he considerado una millenial de manual. Nací a principios de los años 90, me crié viendo dibujos súper ochenteros del nivel de Pokemon, La Pajarería de Transilvania, Doraemon o Las Tres Mellizas. El primer utensilio tecnológico que utilicé fue el reproductor de cintas de video y el radiocasete. Pasaba horas y horas jugando con mi Game Boy Color (la mítica amarilla) o le quitaba el móvil a mi padre (un Motorola de tapa plateado, modernísimo en ese momento) para jugar a leyendas del juego como el tetris o el snake. El primer móvil que tuve fue con 13 años y recuerdo que era amarillo con antena extensible (y me lo regalaron mis padres para tenerme localizable porque ya empezaba a salir sola con mis amigas). El primer regalo que me hizo el “Ratoncito Pérez” fue una diadema para el pelo que tenía estampado un dibujo de Coco, personaje de mi admirado programa de televisión Barrio Sésamo. Tengo muy presente el recuerdo de grandes acontecimientos históricos que se sucedieron en nuestro país y otras partes del mundo. Jugaba en el patio del colegio a la rayuela, a rodar la peonza y me colgaba de los postes de las porterías y de las ramas de las higueras. Recuerdo las pesetas, no las llegué a dominar pero sé que una bolsita de patatas en el kiosko del pueblo costaba 25 pesetas (o 5 duros). Esa moneda que tenía un agujerito en el centro y que también utilizaba anudándola a la cuerda de la peonza. Ya de más mayor, escuchaba a cantantes como David Bisbal, Las Ketchup o María Isabel (sí, me encantaba María Isabel y su “Antes muerta que sencilla”) y forraba mis carpetas con fotos de las revistas pre-adolescentes que compraba cada semana. Pasé por esa incierta época en la que para mí, ha sido la etapa en la que peor se ha vestido en la historia de este mundo. Pantalones de tiro súper bajo y campana XXL, tops ombligueros (normalmente con la marca de la prenda escrita bien grande), mitones de rejilla de colorines fosforitos, y botas de pelo sintético que el día que llovía parecían dos perros mojados… menudo cuadro de Velázquez. Aprendí de la tecnología a medida que iban naciendo nuevos inventos como las pantallas táctiles, el Bluetooth, el WiFi, el Messenger, las Redes Sociales, el WhatsApp, etc. Viví disfrutando del ese ya casi utópico “Estado de Bienestar”, y también la llegada de la explosión de la burbuja inmobiliaria que sumió a nuestro país en la horrible Crisis del 2008. Salí al mercado laboral justo en el peor momento, pagando las consecuencias de esta fuerte recesión, en el momento de los eres, en el momento del cierre de miles de empresas, en ese momento en el que no había trabajo para nadie. Me describo como impaciente, como quiero lo que quiero y lo quiero ya, me aburro de todo muy rápido, tengo ganas de romper esquemas y cambiar obsoletas situaciones, de hacer cosas grandes, de descubrir, de conocer y crecer. Se nos tacha de egoístas pero yo no creo que lo seamos, sólo pensamos que nos lo hemos currado mucho para conseguir superar todos los retos académicos y profesionales que se nos impusieron y queremos nuestra recompensa. Recompensa que no vemos llegar. De ahí que estemos tan frustrados en la vida.

En fin. ¿Millenial o no millenial? Millenial.

Pues el otro día hablando, me dijeron que no, que yo no era Millenial, que yo era Centennial. Mi cara fue un poema. ¿Otro término generacional más?

Resulta que los Centennials son esa generación de jóvenes que nacieron alrededor del año 2000, que han crecido rodeados de tecnología, amantes de la música y adictos a publicar sus vidas a través de las Redes Sociales (Instagram como la reina de las redes). Utilizan expresiones como “postureo”, “meme”, “crush”, “friendzone”, “random” y el mítico “¿en plan?” para transmitir que algo te parece sumamente extraño o sorprendente. Y es que… es cierto, también comparto esto con esta generación. Así que bueno, ahora tengo dudas existenciales sobre mi identidad generacional.

Ese mismo día, estaba en la cocina de nuestra planta de oficinas cuando entraron a comer dos de nuestros clientes (muy queridos por nosotros): Luis, de unos 60 años y David de unos 23. Como muchísimas otras veces, comenzaron a hablar sobre su trabajo y, como muchísimas otras veces, terminaron hablando de la situación política y de las redes sociales. Como me gusta muy poco hablar (nótese la ironía), me metí en la conversación y, entre risas, acabamos hablando de lo bien que se vive en un pueblo perdido en el monte y de las ganas que teníamos de irnos un día de vermú, sentados en una terraza disfrutando del Sol. Cuando se fueron, me quedé pensativa. Me llamó la atención que siendo que nos diferencian tantos años de edad, tengamos conversaciones tan agradables, aprendiendo los unos de los otros y encima pasando un buen rato.

Luego me pregunté… Ambos llevaban el mismo tiempo trabajando en esa empresa, ¿por qué su jefe decidió contratar a dos personas tan absolutamente diferentes y pertenecientes a tan separadas generaciones? Y pensé… Si yo fuera empresaria y tuviera una plantilla que crear, ¿tendría en cuenta la integración de personas de diferentes generaciones? Porque si lo pensamos, cada generación es hija de su época, por lo que, y en consecuencia de sus vivencias, tienen unos valores, una forma de trabajar y unas ambiciones completamente diferentes. Ojo, no digo que porque hayas nacido en ese año y pertenezcas a esa generación, seáis todos “sota, caballo y rey”. Para nada. También hay que tener en cuenta la personalidad de cada persona, que es independiente de la época en la que le haya tocado a uno venir al mundo.

¿Obstáculo o sinergia?

Pues lejos de parecerme algo descabellado, me pareció una grandísima sinergia dentro de una empresa. Si el empleador analiza a sus empleados y tiene en cuenta sus perspectivas, su forma de trabajo y sus ambiciones, puede crear una atmósfera laboral dirigida a satisfacer a toda su plantilla. Por ejemplo, a las personas más veteranas no les importa trabajar en ambientes más cerrados o sobrios. Sin embargo, a los más jóvenes les gustan más los lugares abiertos, originales, que potencien la creatividad y las relaciones sociales. Los más mayores muestran un sentimiento muy fuerte de lealtad hacia la empresa a la que pertenecen y los más novatos son más difíciles de retener ya que son más ambiciosos y por ello, menos leales. Por otro lado, a la generación más antigua no le importa sacrificar parte de su tiempo personal si con ello mejorarán los resultados de la empresa. Sin embargo, para la generación más joven, la vida personal y social es intocable. El empleador tiene que saber captar esto en su negocio para poder darle a cada persona lo que está buscando y crear con ello un equilibrio generacional.

Desde ese momento, cada día que acudo a mi trabajo en Inspira Atocha Centro de Negocios, me reafirmo en esta idea. A diario acuden personas de negocios de todo el rango de edades que os podáis imaginar. Cuando tengo oportunidad de hablar con alguna de estas interesantes personas, me encanta que me expliquen cosas que desconocía hasta ese momento, acerca de sus trabajos y de sus vidas. Y viceversa. Ellos también nos preguntan por cuestiones que se escapan de su entendimiento y que dominamos más la gente más joven, como el uso de la tecnología, por ejemplo. Realmente enriquecedor.

Por otro lado, cuando un grupo reserva alguna de las salas de nuestro workspace para la realización de una reunión, me ocurre lo mismo. Me fijo en cada uno de los asistentes a esa reunión y, creedme, la disparidad de edades es brutal. Sin embargo, se les escucha hablar en perfecta sintonía, cada uno aportando su mejor opinión, lo que les permite finalizar la reunión con una visión muchísimo más completa del asunto gracias al aporte de conocimientos desde la diferente perspectiva de cada uno de los reunidos.

Recuerdo que cuando le hablaba a mi madre de lo que estaba estudiando en el Máster, me decía: “Madre mía hija, en la vida podría yo aprender todo eso, sería incapaz de interiorizarlo”. Y yo la miraba y le decía: Yo sabré de Organización y Marketing, pero aún sigo sin entender cómo eres capaz de hacer la declaración de la renta, y eso que me lo has explicado 80 veces”. Esta metáfora es a lo que me refiero con el intercambio de conocimientos. La generación más joven puede tener una carrera académica brillante en la que ha podido adquirir los conocimientos más valiosos y actuales. Sin embargo, el veterano que lleva más de veinte años trabajando en el sector tiene una experiencia que le ha enseñado más que cualquier postgrado o estudio superior.

Para terminar, os dejo un vídeo, creado por una de las empresas de servicios de recursos humanos más grandes del mundo; Randstad Argentina, que resulta muy interesante ya que aborda este mismo dilema: cómo integrar a las diferentes generaciones dentro del núcleo empresarial de forma que suponga una oportunidad para el crecimiento personal y laboral, consiguiendo absorber los valores de cada persona y creando una forma de trabajo muchísimo más sabia y completa:

Así que bueno, finalizo afirmando que, tras darle todas estas vueltas al asunto, creo que puede ser sumamente enriquecedor para un negocio el dedicar parte del tiempo a reforzar esta integración entre las diferentes generaciones que componen tu plantilla de trabajadores, aprovechando todos los puntos fuertes que tienen podrás conseguir un equipo completo, capaz de llegar muy alto gracias al apoyo entre ellos y el aprendizaje constante que supone el estar día a día al lado de personas que han vivido mucho (los más veteranos y por ello sabios) o que tienen los conocimientos más actuales sobre las materias a desempeñar (los jóvenes que comienzan a dar sus primeros pasos en el mundo laboral). Yo seguiré tratando de encontrar mi sitio en la escaleta generacional.